Aunque parezca inverosímil, la historia de los hombres de carne y hueso -no los seres de ficción que laten en las páginas de los relatos- está llena a rebosar de nombres que han llenado hojas de historias imperecederas, de personajes magistrales, de títulos sin tiempo; vidas de escritores que empezaron en espacios colindantes con nuestro espacio, con certificado de nacimiento vecino, dentro de un paisaje familiar y conocido hasta la genealogía de las raíces. Y, sin embargo, habiendo creado una materia para la eternidad han sido despojados, ellos mismos, de un merecido escaño en la historia literaria, expulsados fuera del territorio por la espada flamígera de la ignorancia y de la mediocridad de las especies gobernantes. Ese es justamente el caso de Manuel Chaves Nogales, sevillano de la capital, periodista y autor de una obra literaria magnífica donde las haya, que vivió de 1897 a 1944, y que ha sido relegado al banco de los olvidados, omitidos o ninguneados dentro de la Historia de la Literatura Española.
Vaya por delante que lo conocí gracias al consejo literario de una persona -de cuyo nombre no puedo acordarme-, que me puso sobre aviso de que en los libros del periodista, -a pesar de ser Manuel Chaves un republicano confeso-, afloraban con toda claridad la verdad de la imparcialidad y la equidistancia con respecto a las ideologías que entraron en pugna en la Guerra Civil, y con la pléyade de sectarismos de uno y otro lado que tanto caos produjo. Me puse manos a la obra: busqué, compré y leí, y el resultado es haber descubierto una obra a la altura de los “santones” reconocidos de la literatura, y aun a veces muy por encima de ellos, -conviene recordar casos de hijos de la ciudad tardíamente reconocidos, como le pasó a Cernuda-, que han tenido el coraje y la lucidez de denunciar los abusos y los atropellos tanto de las izquierdas como de las derechas.
No quiero dejarme llevar por el entusiasmo, siempre proteico, de la lectura. Vayamos a la cosa literaria y espiguemos algunos títulos del escritor sevillano que dan testimonio y hablan por sí mismos de la versatilidad de su pluma: La República y sus enemigos como prueba de un periodismo rebelde de denuncia sin cuartel, ensayos analíticos y profundos como ¿Qué pasa en Cataluña?, La agonía de Francia o La España de Franco, una biografía taurina de Juan Belmonte que presume de ser probablemente, según los entendidos, la mejor de todos los tiempos, y ejemplos de la mejor construcción literaria como La vuelta a Europa en avión sobre la Rusia roja, o una obra de relatos cortos titulada A sangre y fuego. Héroes, Bestias y Mártires de España que ha sido, precisamente, objeto de mi más alta estima literaria y por eso, con el permiso del lector, voy a detenerme algunas líneas en ella.
Hacía ya tiempo que una no se encontraba con algo tan brillante, de factura cuentística, corta y abreviada según corresponde a la naturaleza de este subgénero narrativo, perteneciente a la primera mitad del siglo XX. En total son nueve relatos que hacen justicia al subtítulo de Héroes, Bestias y Mártires pues pululan por sus páginas y entrelíneas un tipo de fauna epopéyica, hagiográfica y animalesca, constituida por una poderosa musculatura narrativa, personajes que han superado el estatismo de la ubicación republicana o fascista, y se han situado en la esfera universal de lo absurdo, lo inane de la lucha fratricida y la desorientación más absoluta dentro de la geografía humana.
Ya en el “Prólogo del autor”, Chaves Nogales hace una declaración de intenciones al exponer las líneas principales de su pensamiento alejadas del fanatismo y de la demagogia: “Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España. ¿Por dónde empezó el contagio? Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese gran pudridero de Asia, nos lo sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente”. Sin una moral orientadora o un sectarismo irracional, sin conducirse por la atrabilis hipocrática del resentimiento, el autor sevillano hace afirmaciones del tipo “el hombre fuerte, el caudillo, el triunfador que al final ha de asentar las posaderas en el charco de sangre de mi país […] puede salir indistintamente de uno u otro lado”, que hoy sorprenden por su lucidez y por la imposibilidad de reducirse a los formulismos de la corrección política.
Desde el primer relato “Masacre, masacre” en que se muestra el escalofriante episodio de un hijo que tiene que ejecutar a su padre, o “Y a lo lejos, una lucecita” en que dos republicanos enfurecidos encuentran la muerte en un barranco, persiguiendo al enemigo fascista, llevados por los fogonazos letales de una luz, o el magnífico relato “Bigornia”, un personaje casi mitológico y fabuloso, sacado de las profundidades cavernosas de la literatura, una criatura de estirpe valleinclanesca que acaba sus días con un ruso en la torreta de un tanque, carbonizado y fundido con el acero ígneo de la máquina; desde el primer relato, decimos, en la prosa vibrante de Chaves Nogales se advierte la huella de una escuela española que se remonta a nuestro mejor Barroco, aunque lamentablemente, y en el polo opuesto, el acallamiento de la obra del escritor, el olvido absoluto de su producción periodística y literaria y el desconocimiento de toda su figura, han impedido que su estela haya tenido proyección en el futuro entre nuestros escritores. Herencia pero sin escuela, maestro sin discípulos.
Hay mucho que reflexionar sobre este tipo de casos que ha recibido el espaldarazo de sus paisanos y de los lectores españoles, en general, y sobre las causas y los motivos que han generado ese silencio. Esta especie de prodigios literarios se convierten en arquetipos de calidad literaria y nos dan lecciones de imparcialidad y de falta de sectarismos, de las que tan necesitados estamos hoy en día en que campea, a sus anchas, la fiscalizadora ley de lo políticamente correcto.
Isabel Pulido Rosa